Proyecto "Fortalecimiento de la gestión ambiental para la lucha contra la contaminación en la zona alta y media de la cuenca del río Mantaro - Junín"
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El Mantaro revive cuando usamos evidencias científicas en la toma de decisiones para el desarrollo integral.
El Mantaro revive cuando incluimos a la salud y al ambiente en nuestro enfoque de desarrollo.
El Mantaro revive cuando el Estado, las empresas y los ciudadanos vigilamos que nuestro ambiente este libre de contaminantes.
El Mantaro revive cuando promovemos el diálogo a favor del bien común.
El Mantaro revive cuando participamos en la toma de decisiones de los asuntos ambientales de nuestra comunidad.
El Mantaro revive cuando incluimos a la salud y al ambiente en nuestro enfoque de desarrollo.
El Mantaro revive cuando el Estado, las empresas y los ciudadanos vigilamos que nuestro ambiente este libre de contaminantes.
El Mantaro revive cuando promovemos el diálogo a favor del bien común.
El Mantaro revive cuando participamos en la toma de decisiones de los asuntos ambientales de nuestra comunidad.
martes, 6 de septiembre de 2011
MANIFESTACION DE COMUNIDADES CAMPESINAS - Mantaro Peru S.A.C.
domingo, 4 de septiembre de 2011
1950: 'Juanito Rumi' descubre la fundición de La Oroya*
«A medida que avanzaba divisé, al otro lado del río, enormes
cables que cruzaban el espacio. Los carros suspendidos de algunos de estos
cables iban y venían, volcaban sus cargamentos de escoria a ritmos
sincronizados y, nuevamente, retornaban al lugar de partida. Altas torres de
acero sostenían en sus enormes brazos metálicos, racimos de relucientes
aisladores que sujetaban una enmarañada red de alambres. Un tenue humo azulado
provocaba agudo escozor en los ojos, nariz y garganta. Las pequeñas locomotoras
que halaban diminutos carros, producían un gran estruendo con su pitar
incesante. Altos edificios grises, con innumerables ventanas, parecían enormes
presidios.
Mientras caminaba vi aparecer, detrás de aquellas ventanas,
rostros de seres fantasmales que miraban brevemente hacia afuera y luego
desaparecían como tragados por la negra vorágine de ruidos y de polvo.
Como me hallaba extenuado por la larga caminata, quise
entrar a la fundición a descansar; pero en el momento que iba trasponer una
valla colocada sobre la ferrovía, una voz me detuvo con un estentóreo: ¡ALTO!
Era la voz de un hombre vestido con un overol azul, sombrero de jebe y un largo
y arrugado capote que le cubría hasta las pantorrillas. Esgrimiendo un grueso
foete retorcido con la única mano que tenía, se aproximó con aire amenazador y
me gritó:
–¿A dónde vas?
–Allá adentro, señor –respondí.
–Por acá está prohibido pasar. Este es propiedad de la
compañía y nadie pasa.
–Pero señor –imploré– estoy cansado y no conozco otro camino.
–Ajá, carajo, entonces, tú eres uno de esos perdidos, ¿no?
–No, señor, me voy donde mi tío que está allá adentro –dije señalando
con el índice la fundición.
–Qué tío ni qué cojudeces,
ahora mismo te largas.
Obedeciendo a las airadas
órdenes del guardián, regresé hasta llegar a una curva de la ferrovía. Allí bajé
a la cuneta, me senté sobre la suave tierra que se deslizó bajo mi peso, y, a
los pocos instantes me quedé dormido. Cuando desperté, había oscurecido.
El ruido de la fundición, en el silencio de la noche, se
hacía más nítido. Las llamaradas rojizas de los reverberos, en grandes ráfagas,
iluminaban el espacio a largos intervalos. En la garita del guardián una
linterna oscilaba impelida por el viento de la noche, y su débil y blanquecina
luz parpadeaba perezosamente.
Después de meditar unos instantes, sobre el mejor sitio
donde podría pasar la noche, decidí entrar en la fundición, burlando la
vigilancia del guardián. Para no hacer ruido al caminar sobre el ripio, me
quité los zapatos y cautelosamente, me aproximé. Cuando llegué cerca de la
garita me detuve a escuchar. Por una de las ventanillas vi, inmóvil, el
sombrero del guardián. Venciendo el miedo que me dominaba, me agaché y de
puntillas pasé por detrás de la caseta. Instantes después ingresaba a ese mundo
de ruidos ensordecedores y flamígeras visiones. Tenía miedo. Había instantes
que deseaba correr desesperadamente y buscar refugio bajo las enormes vigas de
hierro que, como rígidos centinelas, me obstruían el paso. Cada estrépito hacía
aumentar el miedo cerval que sentía por lo desconocido. No sabía a dónde ir y
no tenía por quién preguntar. En ese instante recordé la tranquila y lejana
aldea donde nací. Me invadió una tremenda angustia y el llanto me brotó
incontenible. A esa hora, la lluvia comenzó a caer silenciosamente.
Protegiéndome bajo las sombras de las ciclópeas estructuras
de acero, recorrí cautelosamente un largo trecho en busca de un lugar abrigado
donde dormir. Subí varias escaleras de hierro y al mirar por la primera ventana
que hallé, me quedé como paralizado de estupor. Jamás soñé con tan sin igual
espectáculo. Se me contrajo el corazón de temor, cuando vi unos hombres que en
veloces grúas cruzaban sobre las rojas llamaradas de las descomunales tazas de
mineral hirviente. Había obreros desnudos hasta la cintura que, sudando
copiosamente, desprendían con largos tridentes las costras de metal adheridas a
las paredes de los enormes crisoles. Los motoristas que conducían sobre esos
candentes infiernos sus gigantescas grúas, absorbían insensibles el acre y
azulado humo que hacía lagrimear y desgarraba la garganta. ¡Qué diferente era
la vida en este lugar! Frente a ese espectáculo jamás soñado, me quedé quieto y
estupefacto».
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* Fragmento de El Retoño, novela publicada en 1950, cuyo autor es el escritor jaujino Julián Huanay.
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* Fragmento de El Retoño, novela publicada en 1950, cuyo autor es el escritor jaujino Julián Huanay.
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